Descripción
Un barco ebrio: eclecticismo, institucionalidad y desobediencia en los ochenta
En la década de los ochenta, varias exposiciones conformaron las sensibilidades del momento. Rudi Fuchs, comisario de la Documenta de Kassel de 1982, contempló la posibilidad de titular dicha muestra El barco ebrio. Este poema de Arthur Rimbaud aludiría a la deriva de un arte que navega sin un rumbo fijo, al margen de las «guerras de estilo».
Esta ausencia de hegemonías terminó por traducirse en un eclecticismo de las formas que definieron las prácticas artísticas de aquellos años. Una parte de la historiografía lo interpretó como un giro hacia valores conservadores, donde la ausencia de la historia y de la crítica, así como la recuperación del individualismo artístico, se correspondían con una realidad social y política dominada por la era Reagan-Thatcher.
En España, la joven democracia impulsaba una institucionalización del arte que reemplazase las luchas sociales contra el franquismo. En este contexto, la creación de la feria ARCO o del Centro de Arte Reina Sofía se acompañó de una intensa política de exposiciones nacionales e internacionales, con el retorno a la pintura como lengua franca. Frente a este aparente conservadurismo, surgen una serie de prácticas de desobediencia que expresan su descontento con las instituciones y se enfrentan a crisis como la pandemia del sida. Un arte que apostará por actitudes postpunk, nuevas versiones del feminismo y de la subversión de los cuerpos.
DISPOSITIVO 92
¿PUEDE LA HISTORIA SER REBOBINADA?
En la década de 1990 sucedieron muchos de los cambios que explican el orden mundial actual. Con la caída del muro de Berlín, en 1989, y la desintegración del bloque socialista, las políticas económicas de libre mercado se expandieron y provocaron la respuesta de movimientos antiglobalización y altersistema, como el iniciado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional el 1 de enero de 1994 en Chiapas, México, el mismo día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
En el contexto europeo, el Tratado de Maastricht, de 1992, tuvo gran complejidad por sus dos dimensiones: por un lado, apelaba a una Europa federal e impulsaba la ciudadanía europea, pero por el otro supuso el banderazo de salida a la moneda única, fundamentada en políticas económicas neoliberales.
En España, seis años después de su adhesión a la Unión Europea, en lo que se consideró un ejemplo de integración exitosa en la modernidad, las celebraciones de 1992 (Expo Universal de Sevilla, Juegos Olímpicos de Barcelona y Madrid Capital Cultural Europea) reflejaron un entusiasmo que no dejaba ver las debilidades de una estructura económica sustentada, en parte, en una burbuja inmobiliaria que estallaría en 2008, marcando el principio del fin de la euforia globalizadora.
La Expo de Sevilla, evento que se concibió para festejar la entrada definitiva de España en la modernidad, sirvió para visibilizar las luces y sombras del legado colonial ibérico. A partir de este evento se analiza la relación intrínseca que existe entre conquista y violencia. Una violencia definida por el extractivismo, por el robo de la historia y por las lógicas de la desposesión colonialista, que incluyen la explotación de recursos y personas y los conflictos de género y raza.